lunes, 16 de septiembre de 2019

Cuando era un crimen ser cristiano

Por Altagracia Pérez Pytel, escritora dominicana residente en Eslovaquia.
Foto: Martin Pytel

Uno de las esculturas más impresionantes que se encuentran en las Catacumbas de San Calixto, Italia, es el martirio de Santa Cecilia, de Stefano Moderno.


Considerada esta escultura como una muestra del arte barroco, nos impacta con su singular expresión de abandono ante el suplicio. Nos acerca a la idea de languidez de un momento doloroso, pero también nos hace reflexionar sobre la capacidad de constatar la convicción y desprendimiento de que sólo son capaces las almas nobles y heroicas.


En un momento relativo como lo es el nuestro, cuando podemos decir fácilmente que somos, sin a las claras ser perseguidos, nos lleva a meditar cuántos seríamos capaces de ser fieles a Dios, si tuviésemos que pasar por tal prueba.


Según se cuenta, esta escultura fue modelada sobre el cuerpo de la santa, cuando se abrió su tumba en 1595. La estatua evidencia la decapitación, lo que ayuda a la identificación de la santa. Además demuestra la supuesta incorruptibilidad de su cuerpo (atributo de los santos), el cual, milagrosamente, aún conserva sangre después de siglos*.


Aunque no hay una cronología exacta de su vida, pero de acuerdo a registros de la edad media, Cecilia, fue una noble romana, convertida al cristianismo y martirizada por su fe, entre los años 180 y 230. Aunque algunos registros también sitúan su martirio, durante la persecución de Diocleciano.

*Datos de la enciclopedia Católica

martes, 8 de mayo de 2018

El Día de la Victoria en Europa



Altagracia Pérez Pytel, escritora dominicana residente en Eslovaquia.

El Día de la Victoria en Europa, fue el día festivo celebrado el 8 de mayo de 1945 para conmemorar la aceptación formal por los Aliados de la Segunda Guerra Mundial de la rendición incondicional de sus fuerzas armadas por la Alemania Nazi.

El Acta de rendición militar se firmó en el Cuartel General de Dwight D. Eisenhower, Comandante Supremo Aliado en Europa, el 7 de mayo en Reims (Francia) y el 8 de mayo el mariscal alemán Wilhelm Keitel firmó la rendición incondicional de la Wehrmacht en la sede de la Unión Soviética en Karlshorst, Berlín (Alemania).

La rendición formal de las fuerzas alemanas que ocuparon las Islas del Canal no se produjo hasta el día siguiente, 9 de mayo de 1945.

Por lo tanto, marcó el final de la Segunda Guerra Mundial en Europa.


En Eslovaquia es reconocido como Deň víťazstva nad fašizmom (Día de la Victoria sobre el fascismo).

La Asamblea General de la ONU incluye el 8 de mayo, junto al día 9, como Días del Recuerdo y la Reconciliación en Conmemoración de la Segunda Guerra Mundial.

Datos de Wikipedia
Foto Externa

sábado, 10 de marzo de 2018

¿Quién fue Harriet Tubman?


Altagracia Pérez Pytel, escritora dominicana residente en Eslovaquia.

Para honrar a Harriet Tubman, la activista anti-esclavitud y la figura clave del ferrocarril subterráneo, el día de Harriet Tubman se observa cada año el 10 de marzo en los Estados Unidos.

El ferrocarril subterráneo era un sistema secreto que se desarrolló para ayudar a los esclavos afroestadounidenses a escapar a la libertad.

Nacida esclava en el condado de Dorchester, Maryland, Tubman soportó palizas brutales durante sus años de infancia. Ella escapó de la esclavitud en 1849 y viajó a Pensilvania a pie, guiada por la Estrella del Norte. 

Después de su escape exitoso, Tubman regresó a Maryland varias veces para liberar a sus hermanos, parientes y otros esclavos.

Eventualmente, ella liberó alrededor de 70 esclavos en 13 expediciones, ganando el apodo de Moisés.

Fue una de las conductoras más famosas del ferrocarril subterráneo, era una maestra de tácticas ingeniosas, como trabajar principalmente durante los inviernos, viajar de noche, salir los sábados y siempre con un arma.



Ella continuó su trabajo contra la esclavitud durante la Guerra Civil, cuando se desempeñó como exploradora y espía para el Ejército de la Unión. 

La primera mujer en dirigir tropas en la guerra, también jugó un papel importante en el movimiento de sufragio femenino.


Foto y Texto: Msn

viernes, 9 de marzo de 2018

Heroínas Anónimas

Por Altagracia Pérez Pytel, escritora dominicana residente en Eslovaquia.

Mi reconocimiento y distinción a todas esas heroínas anónimas que con su batallar diario, construyen un mundo mejor.

Ellas no suelen ser seleccionadas para ser honradas por un premio que las distingan como mujer del año, tampoco para figurar en los periódicos, revistas o la televisión.

Pero sí tienen la fuerza, valentía y dignidad necesaria para transformar sus vidas, las de sus familiares, su vecindario y a todos los que están a su alrededor.

jueves, 18 de enero de 2018

La Imagen

Por Altagracia Pérez Pytel/ Fotos: Martin Pytel 

Nos debatimos entre la imagen y el significado
la emoción y el símbolo;
el cerebro es una máquina que no descansa,
 ante el shot de antiguos videos.  



Sucedió en una de las calles cercanas al Museo de la emperatriz Sissí, en el centro de Viena. Caminábamos apresuradamente, entre el aluvión de gente que iba y venía, pues cercano al Mediodía, comenzó una llovizna que se tornaba perenne, y presagiaba con humedecerlo todo.  Apremiados  por guarecernos en algún café, restaurante o algún alero cercano,  me distraía a veces observando los detalles arquitectónicos y los relieves de las esculturas de la Plaza de  Stephansplatz.

Pero, en aquel apretujamiento de pasos, lo que menos podía yo  imaginar, aconteció. Al compás de los murmullos en diversas lenguas y quizás subyacente, la premura y el   único sentimiento de disfrutar los monumentos,  esculturas y las plazas arquitectónicas vienesas, como de golpe,  abriéndose espacios,  apareció aquel grupo.  

Y era como cuando de pequeňa,  escuchaba a mi madre rezar y cantar:


“Bajó de los cielos, la  Virgen María... Ave  María... Ave María, Ave María....“

Detrás de él y su altoparlante en mano, un grupo de mujeres en coro, corroborando aquel canto ...  „Ave María, ave María... „

Era un sacerdote joven  que cantando, avanzaba muy resuelto por aquellas calles. Portaba una sotána larga, color negro, y  detrás los feligreses, con aquella  imagen tan diminuta, evocando  a la madre de Jesús. 

Yo  me quedé absorta y por un   momento también  me encontré como   ellos, cantando,  a pesar de que continuaba caminando, mezclándome  apresurada entre la muchedumbre.  

Canté, sí, como cuando era una niňa y secundaba a mi madre, agradeciendo a la Madre de Dios, sus favores y su protección. Canté, y por un momento vi  que algunas personas  me observaban, algunas por supuesto no me entenderían, eran de otras razas, y quizás de otras religiones; otros en tanto caminaban o comían distraídos, quizás no se percataban, ni commprenderían aquel momento.  

O tal vez,  lo interpretarían como   un hecho surrealista, pues de todas maneras era el elemento incidental,  algo que trataba de encajar, -quizás de manera abrupta- en  ese  escenario de gente más  dominadas en aquel momento, por el placer  de los sentidos, el placer visual estético.

 No  supe quien era aquel sacerdote; no hubo tiempo para indagar, pero me  pareció que de él y de esos feligreses, se desprendía  un acto poderoso de  voluntad, de su compromiso de comunicarnos su fe. 

Fueron  segundos veloces que abría a una experiencia única, un golpe  de emoción y de  luz, como los rayos de sol que irrumpían la tarde que ya llegaba, y era al mismo tiempo,  un  momento inapresable,   pues así como aparecieron se marcharon: y de repente, era tan sólo  una imagen disuelta en el horizonte, apenas un rastro, luego quizás una ilusión óptica para el resto y luego, la nada.

Aquella diminuta porcelana representando la madre de Dios, la Virgen María,  conduciendo el entusiasmo de aquel grupo, tan sólo aquella miniatura, aquel  pequeňo detalle,  sobre la generalidad, y sobre el corazón y el cerebro, la emoción:  la descodificación de la imagen y el símbolo; y fue entonces, lo que procreó para mí, el instante, lo mágico, lo inefable.   

viernes, 22 de diciembre de 2017

Enfoque a la Navidad

Por Altagracia Pérez Pytel

Varios días han transcurrido desde que dejáramos atrás los desenlaces, casi inevitables de una época, siempre envolvente, siempre apabullante, términos que se podrían considerar absolutos en este ritmo descriptivo. Pero bien, partiendo de mi prisma particular, podría afirmar que junto a su marco innegable de alegrías pujantes, la Navidad es esto: un proceso envolvente al cual muchos asistimos, aún sin estar convencidos  de su necesidad de recurrencia.

Desde luego, al aseverar esto, no enfoco su concepto  primigenio; cuyos fundamentos están cimentados en una pascua austera que impulsa el alma  a esferas más elevadas y de enlace a áquel  que todo lo ha creado y en cuyo régimen muy pocos encuentra por adeptos. 

Lejos de esto está mi basamenta de análisis;  pienso  más bien  en la Navidad descaradamente comercializada, que muchos  escenificamos abarrotados, fiestas fastuosas o  a través del mítico televisor.

Por supuesto, esto no deja de tener cierto encanto receptivo, de una manera u otra nos dejamos seducir; arrastrados si se quiere por esa audaz logística, que es la de no dejarnos excluidos de su inquietante  círculo de sensibilidad.

Incluso, aquellos que sienten un desdén  radical por su celebración, ya por la pérdida de su encanto tradicional, ya sea por ese fenómeno de consumismo extremado que se registra y lo que ciertamente da la nota predominante sin extrañeza y sin muchas  interrogantes, participar de sus deleites temporales.

Estos, también agregan a su magistral  oposición la realidad absurda de un pueblo, golpeado en su delicado armazón, por una pobreza sin ambages, al que irónicamente para estos tiempos se le intenta apaciguar con unas cuantas canastitas.

En verdad, que esta época exhibe un halo seductor irresistible; hasta experimentamos ciertas mutaciones de orden sentimental que redunda en beneficio, intentando resarcir nuestros errores.

No estaría de más destacar que concomitantemente a sus paradojas motivantes, también se reitera la inexplicable convocatoria de morriñas dislocadas que nos urge atraer de los moños de otras pasadas y por ende, más satisfactorias y se pueden escuchar en los noticiarios como crecen, anualmente las estadísticas  del número de seres que no las resisten, por lo que tienen que ser rápidamente recluidos en clínicas, por la supuesta invasión de ese mal depresivo que se genera al compás de su largo desfile de fiestas.

Me imagino que no se reestablecen hasta tanto no son informados de que ese espíritu instigador se ha marchado.

Sin embargo, para no volver a enfatizar la no necesidad de su despliegue de excesos, cuya tendencia será siempre la de movilizarnos a acciones de este tipo, quiero salvaguardar la distancia con aquella otra eterna Navidad, que trató de instaurar el gran Maestro en la sociedad humana, con verdaderos valores  de paz y
justicia y desde la cual se hace más patente la lejanía  que se opera  con la anterior aludida.

Mientras tanto, inauguramos un nuevo año a merced de una esperanza  renovada y sobre todo enérgica que nos erige sobre una actitud casi de indiferencia con respecto a las desventuras  o desdenes del  recién año que se ha marchado.

Quizás, como respuesta natural al gran proceso dinámico  de supervivencia que motoriza la vida.


Publicado en el Lístin Diario, 9 de Enero de 1997.

sábado, 16 de diciembre de 2017

La necesidad de escribir

Por Altagracia Pérez Pytel

Hay una fuerza que nos impulsa a escribir, que puede responder al apremio de manifestar nuestra visión de la belleza o a la necesidad de registrar una situación en particular. Este proceso que surge como cualquier actividad, como se le ocurre al ama de casa hacer un buen plato o al arquitecto, el plano para edificar la suntuosa infraestructura, se convierte en algunos seres en una necesidad recurrente, casi crónica. 

Se podría deducir que esta necesidad deviene a partir de la efervescencia que generan ciertas ideas, o quizás a partir de ese efecto mágico que produce contemplar las palabras juntas, todas en coherencia gramatical y su correspondiente significación. Es ese “poder fabuloso, en cierto modo misterioso, contenido en esas leves celdillas sonoras de la palabra- como nos explica el poeta español Pedro Salinas.- Porque las palabras, las más grandes y significativas, encierran en sí una fuerza de expansión, una potencia irradiadora de mayor alcance que la fuerza física, incluso que una bomba”. 

Nos encontramos uniendo palabras, ideas, en ocasiones a guisa de diario, retahíla de emociones, confesiones que no nos atrevemos a manifestar y tal vez, si nos esforzamos con el tiempo sean susceptibles de convertirse en creaciones artísticas. Pero plasmar ideas sobre el papel, en lenguaje ordinario o composiciones estéticas, es siempre un acto de la inteligencia, es un ejercicio de la razón, la capacidad única de los seres humanos de elucubrar sobre el existir, de lo que somos y necesitamos recrear o transformar y a partir de la cual hacemos uso de nuestra libertad interior, de discernir y apostar por lo que más nos atrae o conviene. 

La necesidad de escribir, motivados no sabemos cómo, si por mágicas musas, ángeles, extraños resortes de nuestra conciencia creativa, nos aguijoneará en el mejor de los casos luego de la lectura de un buen libro. Algunas veces nos atrapará en el momento menos oportuno en una fiesta familiar, donde todos esperan se siga el curso convencional de la normalidad. A veces durante el tráfico, o cuando caminamos apresurados hacia el trabajo y desesperados entendemos que debemos hacer un „pare“ porque parece el momento más brillante de nuestras musas. 

En los más disciplinados, sin lugar a dudas, será una reacción desencadenada, resultado de sistemáticos esfuerzos. Visto también, desde un enfoque romántico, diríamos que este impulso se despierta cuando la lluvia se desplaza sobre el tejado y una gota caprichosa resbala sobre el cristal y sensibilizados corremos hacia el papel. Porque escribir es muchas veces, un acto de emoción, y a través del contacto con la gente, y su dinámico discurrir encontramos gran parte del material que potenciará la producción. Pero escribe también el monje en retiro, en la soledad del claustro que es mucho más fecundo. Escribir es también una actividad del silencio y la gran obra -nos afirma los grandes maestros- se cultiva en absoluta soledad. 

Somos impulsados a escribir y vienen a mi mente los posibles galardones, la notoriedad social que puede proveer este oficio, también los foros utilizados para dirimir asuntos personales más que ser vehículos de entes esclarecedores de la cultura; y pienso en las palabras del escritor argentino Ernesto Sábato que me recuerda siempre que el que escribe debe constituirse en una voz y es ahí precisamente donde estriba la importancia de este oficio; pues somos voces de una sensibilidad despertada, voces de nuestro entorno, voces de la memoria histórica de nuestras raíces, voces de los que no tienen voz ni rostro, voces ante las injusticias sociales y de los ultrajes morales, voces hasta de los que no están interesados en pensar. 

Porque el que escribe debe estar alerta, y no ser indiferente ante la realidad que nos genera más preguntas que respuestas. Esta actividad muy pocas veces es remunerada por supuesto, en los que no trascienden mas allá de sus posibilidades. Los menos afortunados por este don, estaremos expuestos a mayores recompensas que la de poder rebelarnos, sin que nadie nos ponga cortapisas, en un mundo en el cual parecemos esfumarnos en una multiplicidad de seres. 

En mi caso, pienso que tal vez los montes, las colinas asignadas al breve espacio que trasciende mi sombra, no adquieran mayor relieve a partir de ejecutar los movimientos que conduce mi pluma al escribir. Pero como estoy consciente de que, como todos voy a morir, me permito ejercer esa preciosa actividad, que me hace pensar que estoy viva, sobre todo despierta y fortalece mi resistencia a creer que ¨soy tan sólo polvo en el viento¨. 

Publicado en el periódico Listín Diario, 19 de enero de 2003.