sábado, 4 de diciembre de 2010

DOMINICANA Soy

Por Altagracia Pérez Pytel /Fotos: Martin Pytel

Justo en el centro del continente americano, está ubicada ese pedazo de tierra apenas delineado en el Archipiélago de las Antillas Mayores.

En el mismo vórtice caliente del mar Caribe es donde se localiza mi país y es bueno pronunciar “mi país”, saber que hay una procedencia, que hay unas raíces donde retornar.

Donde respirar a mis anchas, a pleno pulmón de sal, salitre, costas, playas, vegetación exuberante, azúcar, guayaba, merengue, tabaco; sabor agreste de montaña adentro, el ritmo al cual responde la sangre; al cordón umbilical que te une y ata por siempre, al latir del corazón y la tierra. 




República Dominicana, una explosión de luz y sonidos, sé que me aguarda; visualizada en las aguas del Oceano Atlántico, como una isla compartida y reconocida como La Hispaniola; descubierta por accidente por el almirante Cristóbal Colón, del cual se dice que cuando sus ojos la contemplaron por primera vez, pensó haber llegado al paraíso. Por tanto, puerto permanente para el primer asentamiento europeo; su capital Santo Domingo, capital del Nuevo Mundo y como legado: la ciudad colonial, ahora patrimonio de la Humanidad. 



 Nuevo mundo, tan sólo quimera, y luego realidad que eliminó sus primeros habitantes: la raza taína y, la sed por el oro, el coloniaje, y mestizaje, importación abrupta de esclavos africanos: una nueva historia marcada por la codicia y, la explotación y el engendro de una diversidad racial y cultural. Consecuencias posteriores: el redescubrir de la identidad, la yuca, los tambores, la güira, los santos y la magia alucinante del Trópico; y para asentar lo criollo, el rastro sangriento de guerras civiles, pariendo héroes, heroínas, violentadas por la imposición arbitraria del caudillo, y la presencia implacable del invasor extranjero. 

Sí, hemos sido botín peleado por franceses, corsarios, filibusteros, piratas ingleses, y la invasión del vecino, que desembocó en la proclamación de la Soberanía, ya que un ángel de carne y hueso, apellidado Duarte, concibió el sueňo de que “debíamos ser libres, aunque se hundiera la a isla”."Por si alguien quiere saber cuál es mi patria no la busque, no pregunte por ella....: ( dijo nuestro poeta nacional, Don Pedro Mir)... Hemos sobrevivido a terromotos, huracanes, invasiones, y también a un período de unos 30 aňos de tiranía y luego a otros 12 opresivos, cuyos remanentes abanican siniestros y de forma continua, nuestra idiosincracia. 

Bajo esta herencia se han levantando las recientes generaciones, empeňadas en el desarrollo de modernas infraestructuras de producción, y sobre todo, velando por el mantenimiento de nuestras instituciones, a pesar del asedio de una secuela interminable de corruptos políticos. Y con la nueva etiqueta de ser uno de los países de la Región, que presenta un mayor crecimiento y estabilidad económica, aunque no se refleje en las mayorías, continuamos la trayectoria, conscientes de que en nuestro devenir está el compromiso por la democracia, que ha pervivido a base de muchas luchas. Porque, tristemente, aunque ricos en recursos y yacimientos naturales, nuestra suerte es timoneada por la varita sospechosa de los magos, enanos  políticos.

La corrupción es la sombra que parece envolver toda Latinoamérica, que no la deja despegar porque precisamente permanecen ancladas las garras del poder imperialista y colonial. Dominicana, famosa ante el mundo por sus hermosas playas, posee otro valor agregado, que aunque sea un cliché, es una gran verdad: su gente, es su más grande capital; gentes trabajadoras, que también dispone por característica natural, su alegría; lo cual permite sobreponerse sin dudas, a todas las adversidades y circunstancias.

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