Por Altagracia Pérez Pytel
Varios días han transcurrido desde que dejáramos atrás los desenlaces, casi inevitables de una época, siempre envolvente, siempre apabullante, términos que se podrían considerar absolutos en este ritmo descriptivo. Pero bien, partiendo de mi prisma particular, podría afirmar que junto a su marco innegable de alegrías pujantes, la Navidad es esto: un proceso envolvente al cual muchos asistimos, aún sin estar convencidos de su necesidad de recurrencia.
Desde luego, al aseverar esto, no enfoco su concepto primigenio; cuyos fundamentos están cimentados en una pascua austera que impulsa el alma a esferas más elevadas y de enlace a áquel que todo lo ha creado y en cuyo régimen muy pocos encuentra por adeptos.
Lejos de esto está mi basamenta de análisis; pienso más bien en la Navidad descaradamente comercializada, que muchos escenificamos abarrotados, fiestas fastuosas o a través del mítico televisor.
Por supuesto, esto no deja de tener cierto encanto receptivo, de una manera u otra nos dejamos seducir; arrastrados si se quiere por esa audaz logística, que es la de no dejarnos excluidos de su inquietante círculo de sensibilidad.
Incluso, aquellos que sienten un desdén radical por su celebración, ya por la pérdida de su encanto tradicional, ya sea por ese fenómeno de consumismo extremado que se registra y lo que ciertamente da la nota predominante sin extrañeza y sin muchas interrogantes, participar de sus deleites temporales.
Estos, también agregan a su magistral oposición la realidad absurda de un pueblo, golpeado en su delicado armazón, por una pobreza sin ambages, al que irónicamente para estos tiempos se le intenta apaciguar con unas cuantas canastitas.
En verdad, que esta época exhibe un halo seductor irresistible; hasta experimentamos ciertas mutaciones de orden sentimental que redunda en beneficio, intentando resarcir nuestros errores.
No estaría de más destacar que concomitantemente a sus paradojas motivantes, también se reitera la inexplicable convocatoria de morriñas dislocadas que nos urge atraer de los moños de otras pasadas y por ende, más satisfactorias y se pueden escuchar en los noticiarios como crecen, anualmente las estadísticas del número de seres que no las resisten, por lo que tienen que ser rápidamente recluidos en clínicas, por la supuesta invasión de ese mal depresivo que se genera al compás de su largo desfile de fiestas.
Me imagino que no se reestablecen hasta tanto no son informados de que ese espíritu instigador se ha marchado.
Sin embargo, para no volver a enfatizar la no necesidad de su despliegue de excesos, cuya tendencia será siempre la de movilizarnos a acciones de este tipo, quiero salvaguardar la distancia con aquella otra eterna Navidad, que trató de instaurar el gran Maestro en la sociedad humana, con verdaderos valores de paz y
justicia y desde la cual se hace más patente la lejanía que se opera con la anterior aludida.Mientras tanto, inauguramos un nuevo año a merced de una esperanza renovada y sobre todo enérgica que nos erige sobre una actitud casi de indiferencia con respecto a las desventuras o desdenes del recién año que se ha marchado.
Quizás, como respuesta natural al gran proceso dinámico de supervivencia que motoriza la vida.
Publicado en el Lístin Diario, 9 de Enero de 1997.